HISTORIA DE LA SUERTE DE VARAS
(1ª parte)
En la Maestranza de Sevilla de 1832, mientras las
mulillas arrastran a un toro, en el ruedo hay tres picadores y un jaco muerto,
al que un par de mozos recolocan para que sea arrastrado al desolladero.
NACE LA SUERTE DE VARAS. –
Francisco Romero, hipotético inventor de la
muleta y primer estoqueador a pie, y el resto de los primitivos espadas, entre
los que destacaron su hijo Juan de Dios Romero, los hermanos Félix, Juan, Pedro y
Manuel Palomo, sevillanos al igual que Manuel Bellón “El Africano”, o
los norteños José Leguregui “El pamplonés” y el famoso vasco Martín
Barcaíztegui “Martincho”, constituyen el nexo de unión y de transición
desde el toreo caballeresco, que predominó en la baja edad media y toda la edad
moderna, hacia él, entonces, recién creado e incipiente toreo a pie.
Es, precisamente,
el toreo caballeresco a la jineta, el precursor del tercio de varas, origen y
razón por la que, los picadores, como herederos de los caballeros alanceadores,
lleven la chaquetilla bordada en oro, por corresponder a su papel protagonista que,
originariamente, compartía de igual a igual con el diestro a pie que
banderilleaba y mataba a la res, auxiliados ambos por los que eran meros “subalternos”,
que vestían de plata.
La vieja
plaza de Madrid de la Puerta de Alcalá (1749-1874). En primer término, un varilarguero
y un matador de toros, ambos de igual tamaño y posición, muestra de su similar importancia.
Para la
práctica del toreo a pie, cuyo acto fundamental, además de parchear y poner
banderillas, era entrar a matar con la espada, se precisaba ahormar al toro –o sea, rebajar su “engallamiento” o
altura de cabeza–, y
atemperar su embestida –o sea,
aminorar su fiereza natural–, y eso lo
conseguía el picador hiriendo con la punta de la garrocha en el morrillo o
pelota de la res.
Dice José
Sánchez Neira en El Toreo, su Gran Diccionario Tauromáquico que: “al
rejoncillo, usado por los caballeros después de la lanza, sucedió la vara de
detener, o sea la garrocha, que para el acoso y encierro de reses en plazas
usaba la gente del campo”.
Alanceador
de la Tauromaquia de Goya y caballero con la vara de detener, del siglo XVIII.
Y esa
garrocha o vara de detener, en manos del picador, hace que éste pase a ser el
protagonista del primer tercio de la moderna lidia, aunque, lógicamente, desde
su inicio en el último tercio del siglo XVIII, su forma de actuar era muy
diferente a la de hoy día porque, como todo el toreo, ha evolucionado, en unos
casos para convertirse en arte y en otros, por desgracia, para perder lo que de
arte tenían.
La suerte de varas se comenzó a regular, como
primer tercio de la lidia, a finales del siglo XVIII, siendo a partir del año
1775 cuando empezó a adquirir entidad propia, coincidiendo con la reglamentación
y profesionalización de las modernas corridas de toros de a pie, que se
establecen a raíz de la llegada a los ruedos taurinos de los matadores que
adquieren renombre de postín, cuyo primer exponente fue “Costillares”, y
culminó en competencia con la pareja formada por Pedro Romero y “Pepe-Hillo”
(Ver nota 1).
LA
IMPORTANCIA DE LA SUERTE DE VARAS. –
“Pepe
Hillo”, en su “Tauromaquia o Arte de torear”, editada en la imprenta
de Ximénez Carreño de Cádiz, en 1796, fue el primero en resaltar, por escrito,
la importancia de los picadores en la lidia: “La suerte de picar de frente a
caballo es la más arriesgada que se ejecuta”.
Con esta
frase, además de ponderar la valentía de los picadores, reconocía
implícitamente el conocimiento de terrenos que debían de tener para enfrentar
los desprotegidos pechos de su caballo, a un toro recién salido al ruedo, ya que
el primer picador en suerte, esperaba a la res de salida en los terrenos próximos
a la puerta del toril y, el desarrollo de su misión, era mucho más dilatado en
tiempo que los breves simulacros en el que hoy en día se ha convertido el
primer tercio de la lidia.
Izquierda: en
Madrid, plaza de la Puerta de Alcalá, a mediados del siglo XIX. Derecha:
picando en el tercio a principios del XX.
El del
castoreño, con su cabalgadura sin protección, realizaba la suerte de varas al
encuentro, a veces a caballo levantado, otras enfrentado en rectitud, cara a
cara, o atravesado, y siempre en el terreno más propicio, en función de las
condiciones del toro. Lo normal, en aquellos tiempos, era que el encuentro se
llevara a efecto en los medios, o en las proximidades del centro de la plaza, siendo
también admisible que la reunión se hiciera a mitad de camino entre las tablas
y el centro, o sea en los tercios y, en función de las condiciones del toro, también
se podía picar con el caballo pegado a tablas o, a la inversa, con el toro
cerrado hacia la barrera. Siendo fundamental y sabido por todos los picadores
de la época, sacar al toro de sus querencias, sobre todo a los más fuertes y
peligrosos, para evitar qué, al encontrarse en los terrenos más cómodos para
ellos, se crecieran en la pelea y resultara difícil ahormarlos para el resto de
la lidia (Ver nota 2).
Fotos de
otros tiempos: Picando sin peto y en los medios… cuando el caballo y el picador
estaban desprotegidos.
Es evidente
que, en los inicios y durante muchos años, las circunferencias concéntricas o
“rayas de picar” no existían. Se inventaron mucho más tarde, con la finalidad
de proteger al caballo y al picador, dándole la ventaja de estar al abrigo de
las tablas y no en el terreno abierto del tercio o los medios. O sea que,
originariamente, las “rayas de picar” tenían por objeto una finalidad muy
diferente a la que, hoy día, suele malinterpretar el público en general (Ver nota 3).
N O T A S. -
NOTA 1.- José Delgado Guerra “Pepe Hillo” nació en Sevilla en 1754. Con
15 años formaba parte de la cuadrilla del rondeño Juan de Dios Romero, en 1770
iba a las órdenes del sevillano Damián Gallo, en 1771 era subalterno de José
Cándido Expósito y en 1774 de Joaquín Rodríguez “Costillares”, pasando en 1775
a ser primer espada y jefe de cuadrilla. Compitió con el propio “Costillares”,
que era cinco años mayor que él, y, sobre todo, con Pedro Romero el de Ronda,
que tenía su misma edad. Al retirarse este último en 1799, dejó a “Pepe Hillo”
como el líder absoluto del toreo a pie, liderazgo que le duró muy poco tiempo,
pues el 1 de mayo de 1801, el toro “Barbudo” del ganadero de Peñaranda de
Bracamonte, Don José Gabriel Rodríguez, lo mató de una cornada en el pecho en la
plaza de toros de la puerta de Alcalá de Madrid.
NOTA 2.- Hoy día se
tiene la idea de que la suerte de varas sirve para restar fuerzas al animal y,
al mismo tiempo, medir la bravura del mismo. Sin embargo, el cometido que el
picador tenía, en su origen, como verdadero objetivo, era ahormar al toro para
que, en los otros dos tercios de la lidia, o sea el de banderillearlo y el de darle
muerte, se pudieran realizar con más facilidad y mejores resultados. Y ahormar
no es lo mismo que restar fuerzas. Ahormar es castigar la zona que le hace
mantener al toro la cabeza alta y, en consecuencia, que la baje y permita
banderillearlo y entrarlo a matar más fácilmente. Por el contrario, restarle
fuerzas es hacer oposiciones a que el toro ruede por los suelos y le cueste
trabajo mantenerse de pie. Por otro lado, la bravura o mansedumbre se prueba
tanto en el caballo como en otros lances y momentos de la lidia. Y, desde
luego, el hecho de que un toro vaya raudo y de lejos la primera vez que acude
al caballo, no significa nada, porque no sabe que allí lo van a castigar. Sí se
podría apreciar si el toro entrara al caballo, no ya una o dos veces como
ahora, sino hasta diez o doce veces como antiguamente, y lo hiciera con
prontitud y desde la distancia, entonces si demostraría su bravura.
NOTA 3.- La primera “raya de picar”, que queda más
próxima a la barrera, se empleó por vez primera en la corrida de la Feria del
Pilar de Zaragoza del día 16 de octubre de 1908, en la que se lidiaron reses de
Pablo Romero, cuando aún no existía la protección del peto. La idea era obligar
a que se picara en la cercanía a las tablas, evitando la desprotección que,
para caballo y picador, suponía salir a hacerlo en el tercio o en los medios.
Dicha “raya de picar” se estableció como obligatoria en todas las plazas a
partir de la temporada de 1917. En el Reglamento Taurino de 12 de julio de 1930
se establece en su artículo 40 que “la circunferencia concéntrica con la
barrera tendrá un radio equivalente a las dos terceras partes del de la
circunferencia del ruedo y no podrá rebasarse por los picadores”. La segunda
“raya de picar”, o sea la más alejada de la barrera, se empezó a pintar años
más tarde, cuando ya existía la protección del peto, a instancias de Domingo
Ortega, que la recomendó para evitar que se pudiera meter al toro debajo del
caballo a base de capotazos, pero no fue obligatoria hasta la temporada de
1959, y se reguló por primera vez en el Reglamento Taurino de 1961 diciendo que
la primera raya debía situarse a siete metros de la barrera y la segunda a
nueve. En el reglamento de 1992 se aumentó la distancia de la segunda raya
hasta los diez metros. En el vigente Reglamento de 1996 modificado en 2001, se
establece en su artículo 72, puntos 2, 3 y 5 que “el picador obligará a la res
por derecho sin rebasar el círculo más próximo a la barrera…, la res deberá ser
puesta en suerte sin rebasar el círculo más alejado de la barrera… y si la res
no acudiera al caballo después de fijarla por tres veces, se pondrá en suerte
sin tener en cuenta el señalado círculo”.
FIN DE LA
PRIMERA PARTE
(CONTINUARÁ)
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