HISTORIA DE LA SUERTE DE VARAS
(2ª PARTE)
(CONTINUACIÓN)
EVOLUCIÓN
POSTERIOR DE LA SUERTE DE VARAS. –
Cuando
Francisco Montes “Paquiro” dictó, en el año 1836, su tauromaquia, que
tituló como “El Arte de Torear”, quiso resaltar y ponderar el primer tercio o
suerte de varas de tal manera que le dedicó, íntegramente, la segunda parte de
su obra que la roturó como “Arte de torear a caballo”. En ella describe
desde las cualidades de los toreros de a caballo –él no dice picadores sino “toreros de a caballo” –, que deben tener “valor, un físico doble y robusto, un perfecto
conocimiento del arte y ser jinete consumado”, y establece hasta cinco
formas de ejecutar la suerte: “al toro levantado”; “en su rectitud”;
“al toro atravesado”; “a caballo levantado”; y “del Sr.
Zaonero” (Ver nota 4) y, además de
explicar cómo se realiza cada forma, dice la utilidad de su empleo en función
de las condiciones del toro.
“Paquiro” viene a decir que el primer tercio
es, en casi igualdad de condiciones, tan importante como como el último tercio.
Hay que tener en cuenta que, desde los años setenta del siglo XVIII, en que se
consolida el toreo a pie en detrimento del caballeresco a la jineta, hasta que,
60 años más tarde, Francisco Montes escribe o dicta su tauromaquia, la forma en
que el picador ejerce su fundamental misión, prácticamente no varió.
Rafael Guerra “Guerrita” en su Tauromaquia, que
vio la luz en 1896-97, o sea a 100 años de distancia temporal de la de “Pepe-Hillo”
y 60 de la de “Paquiro”, sigue manteniendo los mismos postulados que
aquellos respecto al arte de picar, aunque hace una descripción más amplia y
detallada. Sin embargo, difiere sensiblemente con “Pepe-Hillo” en el
concepto del toreo a pie. Para éste la ligazón en los pases de muleta era una
muestra de “poca técnica y mucho miedo” y, por el contrario, para “Guerrita” –que se adelanta a su tiempo y adivina lo que aportaría Antonio Montes Vico
y perfeccionaría Joselito “El Gallo” –, el concepto fundamental del toreo es la ligazón, asegurando que mientras
más destreza y valor tenga un torero, con más facilidad ligará los pases.
José Delgado
“Pepe-Hillo”, Francisco Montes “Paquiro” y Rafael Guerra “Guerrita”, los tres
toreros que dejaron por escrito sus respectivas tauromaquias.
Aunque en 1877 existió un incipiente y fracasado
intento de tapar las partes más expuestas de los caballos para evitarles tantas
heridas y muertes, fue en Alicante, el 19 de marzo de 1917, cuando se ensayó
por vez primera, ante una novillada de Aleas, una especie de “paragolpes” o
cobertor al que llamaron “peto de libro” porque llevaba unos pliegues en forma
de hojas, ideado por el matador de toros sevillano Enrique Vargas González “Minuto”,
pero la idea no dio buen resultado y no prosperó. Igualmente, tampoco tuvo
éxito otro ensayo que se realizó, a puerta cerrada, en la vieja plaza de Madrid
en la Carretera de Aragón, el 18 de octubre de ese mismo año de 1917. En aquella
ocasión “Agujetillas” y Salvador Almela, picaron un toro de Pérez Tabernero
que finiquitó el matador bilbaíno Rufino San Vicente “Chiquito de Begoña”.
“La Nación”
del 19 de octubre de 1917, informa de la prueba en Madrid de “una armadura
protectora para caballos”. A la derecha el primer modelo de peto de uso obligatorio
que dejaba al aire los cuartos traseros del caballo.
A la salida de la plaza, el General Primo de Rivera pasó
una nota a la prensa comprometiéndose a modificar la suerte de varas para
convertirla en “algo similar al rejoneo” … pero, después de madurar tal
idea, cambió de criterio y el 12 de mayo, o sea dos días más tarde, publicó en
la Gaceta de Madrid una Real Orden creando una comisión que debía estudiar el
tema. Formaron la misma un representante por cada uno de los siguientes
estamentos: Sociedad de Ganaderos; empresarios taurinos; matadores de toros;
picadores; Asociación de la Prensa; y Sociedad Protectora de Animales. Se
reunieron el 10 de junio de 1926 en la Dirección General de Seguridad, y
decidieron que la mejor solución eran los faldones o petos protectores,
acordando abrir un concurso de ideas sobre los mismos, al que pusieron fecha
límite del 31 de enero de 1927. La disposición referente a tal concurso de
publicó en la Gaceta de Madrid del día 30 de noviembre de 1926.
Se realizó una primera prueba de los petos presentados
a concurso el día 9 de enero de 1927 en una novillada de Aleas en Murcia, y el
caballo que estrenó el primer peto fue muerto en el primer envite. El 6 de
marzo de ese mismo año, se celebró una segunda prueba en Madrid, con novillos
de Moreno Santamaría. El ejemplar que abrió plaza, mató al caballo que llevaba
el peto modelo nº 2 y, en total, fueron seis los caballos que murieron aquella
tarde probando los diferentes modelos de peto propuestos.
Pasó el año 1927 y aún no se había determinado la obligatoriedad de uso
del peto. Pero ocurrió que, en una corrida celebrada en Aranjuez a principio de
1928, a la que asistió, en asientos de barrera, Primo de Rivera y una
distinguida dama francesa, uno de los toros, al recibir una vara, romaneó y
campaneó al caballo con tal virulencia que las tripas, y lo que estas
contenían, salpicaron a tan ilustres espectadores. Al día siguiente, la orden al
ministro de la Gobernación fue tan tajante que, el día 8 de abril de 1928 se
publicó un decreto en la Gaceta de Madrid, estableciendo a partir de dicho día,
el uso obligatorio del peto en las plazas de primera categoría y, desde junio
de ese mismo año, en todas las plazas de España.
El peto inicial cubría el pecho del caballo en forma de armadura con
faldón, pero pronto fue ganado en extensión hasta cubrir la parte trasera del
animal. Durante la década de los años treinta y cuarenta, sufrió varias
modificaciones arbitrarias que no se recogieron en los reglamentos taurinos,
todas ellas aumentando las dimensiones en todos los sentidos, dando una mayor
protección para los caballos, directamente proporcional a la impunidad con la
que los picadores se empezaron a ensañar con los toros (Ver nota 6).
Desde entonces, la Fiesta Nacional entró en un declive de pureza en lo
referente a preservación de la integridad de fortaleza de los toros y a una pérdida
progresiva de lo que significaba el arte de picar. Aquel empeño de Primo de
Rivera eliminó crueldad y muerte para los caballos, pero dio paso a que la
suerte de varas se fuera convirtiendo en una masacre para los toros y, sobre
todo, en una labor burda por parte de los picadores que, poco a poco, fueron olvidándose
de cómo se debía picar, que parte de la anatomía del toro había que castigar y
para qué servía lo que hacían. Y el público en general, con honrosas
excepciones, fue perdiendo, en la misma proporción, el conocimiento de lo que
es la suerte de varas y la importancia que tiene.
Coincidiendo en fechas, dejó de existir la presencia de los varilargueros
en el ruedo desde antes de que el toro saliera de chiqueros, como era tradicional
desde que comenzó el toreo a pie, para picarlo sin que previamente hubiera
recibido ningún capotazo. Desde que tal modificación se impuso, los picadores
tienen que esperar en la puerta del patio de caballos hasta que el matador y
los subalternos corran y fijen al toro, siendo el presidente de la corrida
quien ordena, con su pañuelo blanco, el toque de clarines y timbales que
autoriza la salida al ruedo de los varilargueros. Esta nueva norma se estrenó
en una novillada que se celebró en la plaza de toros de la Carretera de Aragón
de Madrid el día 3 de abril de 1927 y, en la práctica, supuso la perdida de la
unidad temporal del “primer tercio”, ya que el primer toque dejó de marca el
comienzo del mismo, señalando tan sólo la salida del toro para que sea corrido,
fijado e incluso toreado con el capote de forma artística por el matador de
turno, y hasta que no suena el segundo toque, que es en realidad el de cambio
de tercio, no salen al ruedo los protagonistas del primer tercio, dando lugar a
que la lidia dejase de estar divida en los tres tercios originarios.
N O T A S. -
NOTA 4.- La suerte del “Señor Zaonero” era conocida también como la
“verónica del picador”. Se realizaba como tal lance de capote, citando en las
afueras, con el toro en los adentros y a cierta distancia, y al llegar a la
jurisdicción del piquero, en el momento en que el animal bajaba la cabeza para
derrotar, se le ponía la puya, mientras cruzaban sus caminos y cambiaban los
terrenos, saliendo el toro hacia los medios y el caballo hacia las tablas. Era
una forma de picar de mucho riesgo, por lo que pronto cayo en desuso. El nombre
de “Señor Zaonero” (o Zahonero como es correcto escribirlo), proviene de que
así llamaban a esta forma de hacer la suerte, los miembros de la cuadrilla de
“Paquiro”. Se supone, y es posible, que así se apellidara el varilarguero que
la uso por vez primera.
NOTA 5.- La muerte de caballos en el ruedo era algo tan habitual y
masivo, que en los reglamentos taurinos se recogía el número de jamelgos que
obligadamente tenía que haber disponibles, dependiendo de la categoría de la
plaza, llegando hasta una dotación de 36 caballos por corrida. Como simple
ejemplo: El toro “Catalán” de Miura, lidiado en Madrid el 5 de octubre de 1902,
mató cinco caballos; “Dormido”, también de Miura, corrido en Barcelona el 22 de
mayo de 1904, mató seis equinos; o “Dinamito II” de Manuel Albarrán, que se
lidió en Badajoz el 15 de agosto de 1907, mató otros seis caballos. Era tal el
número de animales que morían en los ruedos que, obligadamente, en las plazas
existían dos tiros de mulillas, uno para arrastrar los toros y otro para
retirar los cadáveres de los jamelgos, siendo esta la razón de que en algunas
plazas de toros se siga manteniendo un doble juego de mulillas, aunque ya no
por necesidad sino por mera tradición.
NOTA 6.- El artículo 65 del vigente Reglamento Taurino Nacional,
establece que el peto debe estar hecho de material ligero pero resistente, sin
que sobrepase los 30 Kg. de peso (los reglamentos vasco y andaluz rebajan a 25
Kg. más un margen del 15%), que cubra las partes expuestas del caballo, con dos
faldones largos en la parte delantera y trasera, y un faldoncillo en la parte
derecha, y se podrán utilizar manguitos protectores (sin especificar peso,
aunque en los reglamentos andaluz y vasco lo cifran en un máximo de 15 Kg.).
FIN DE LA
SEGUNDA PARTE
(CONTINUARÁ)