domingo, 2 de julio de 2023

 

HISTORIA DE LA SUERTE DE VARAS

(CONTINUACIÓN)

(3ª PARTE Y ÚLTIMA)

LA ALTERNATIVA DE LOS PICADORES. –

Con la misma antigüedad que tiene la concesión de la alternativa para que un “media espada” pasase a la categoría de “primer espada”, o lo que es equivalente, y más moderno, que un novillero alcance el grado de matador de toros, también los varilargueros, protagonistas del primer tercio, se concedían la alternativa cediéndose la vara de picar o garrocha, para qué, el que sólo la había empleado con novillos, pudiese hacerlo en una corrida de toros.

Esta ceremonia que era muy breve y sencilla, consistía en que el aspirante salía al ruedo acompañado de su “padrino”, que le hacía una simbólica entrega de la vara de picar y le concedía el privilegio de ser quien diera el puyazo a la salida de chiqueros a los seis toros de la corrida. La alternativa le otorgaba la antigüedad en la profesión, y se llevaba tan a gala y con tanto respeto, que fue famoso el hecho de que, en el año 1901, en Las Arenas de Barcelona, se negaron a actuar los picadores cordobeses Ricardo Moreno Mondéjar “Onofre”, conocido también como “Mediaoreja”, y Manuel de la Haba Bejarano “Zurito”, porque no querían alternar con el varilarguero de otra cuadrilla, llamado Emilio Salas, que no había recibido la alternativa. “Zurito” dijo en aquella ocasión: “No voy a vení yo dende Córdoba pa arternah con el primeh gachó que se suba a un caballo”. Y es que entonces se tenía muy en cuenta que la alternativa era el aval de tener conocimientos, valor y habilidades suficientes para actuar en la superior categoría. 


Manuel de la Haba “Zurito es sendas actuaciones de 1907 y 1908 en la Plaza de Madrid de la carretera de Aragón.

El último varilarguero que tomó la alternativa con esa sencilla pero formal ceremonia, fue Tomás Castillo “Relampaguito” en la antigua plaza de toros de Madrid, el día 31 de mayo de 1914, y se la concedió Manuel Gil “Cachiporra”, siendo el primer toro, de los seis que tuvo que picar, el llamado “Matacajas” de Esteban Hernández.

Después de, casi, 110 años sin tener alternativas de varilarguero, parece imposible rescatar esa vieja costumbre, máxime cuando el vigente Reglamento Taurino Nacional establece, en el artículo 8º, punto 3 apartado b), que: “La categoría de picador de toros faculta para intervenir en cualquier espectáculo con picadores. Podrán inscribirse en esta categoría los profesionales que hayan intervenido en al menos treinta novilladas con picadores”. Lo que da opción a que la categoría se adquiera sin necesidad de alternativa. 

Sin embargo, no estaría de más que, aunque fuera simbólicamente, se realizase una sencilla ceremonia, respetuosa, de entrega de la vara al neófito por parte del piquero más veterano, lo que le daría caché y consideración a quienes tienen el derecho de vestirse de oro.

 

LA SUERTE DE VARAS DE CARA AL FUTURO. –

El primer tercio, cuando se ejecutaba en toda su pureza, era una suerte emocionante en sí misma y tremendamente útil en el conjunto de la lidia, tanto porque con ella se medía la bravura del toro, como porque servía para ahormar la embestida de la res de cara a los dos tercios siguientes.

Pero la suerte de varas ha adquirido y consolidado dos grandes defectos, que la han hecho degenerar: El “mono puyazo”; y la horrorosa colocación de la puya.

Cuando los caballos no llevaban peto, el varilarguero tiraba el palo hacia el morrillo del toro, tratando de sujetar su embestida y desviando su trayectoria para darle salida antes de que llegara al caballo. Los toros entraban a jurisdicción del picador entre cuatro y seis veces –había toros que llegaban a tomar 10 o 12 varas–, en las que sólo en una o, a lo sumo, en dos podía el picador recargar la suerte, el resto eran picotazos que apenas rompían la piel del animal. Por eso, a pesar de que, aparentemente, el castigo era duro, los toros llegaban ahormados de cabeza, pero con bríos suficientes para dar buen juego tanto en el segundo tercio –en el que, la mayoría de los espadas y los buenos subalternos, se lucían banderilleando–, como en el último tercio, que entonces consistía en el necesario y breve trasteo de muleta, preparatorio del encuentro final con la espada.

Hoy día, el toro entra a un caballo protegido por una “muralla” infranqueable que añade muchos kilos a los del propio jamelgo, y el picador no tiene que maniobrar para proteger al jaco, de forma que la “vara de detener” se ha convertido en la “vara de masacrar”, con la que no solo rompe la piel y hace sangrar al toro, sino que recarga a placer contra su anatomía, “percutiendo” hasta ahondar dos y tres veces la longitud de punta a cruceta, o sea unos 20 cm.

Un toro arrancándose con “alegría” al caballo (posiblemente en una plaza francesa, en corrida concurso); y el “bochornoso” espectáculo de una vara enhebrada en los lomos de un toro.

 

Es evidente que, en esas condiciones, los toros que se están corriendo en plazas de segunda y de tercera categoría, no aguantan más de un puyazo –el famoso “mono puyazo”–, y en las de primera, que obligatoriamente tienen que entrar dos veces –o sea el “bi puyazo”–, la mayoría de los toros quedan muy mermados de fuerzas y, no pocos, terminan rodando por los suelos.

A esto hay que añadir, que se ha perdido el “norte” de cuál es la zona anatómica del toro en la que hay que picar. El objetivo de la suerte de varas es conseguir ahormar la cabeza del toro, y para lograrlo hay que castigarlo en la zona de los grandes ligamentos cervicales, o sea en la “pelota” o morrillo, preferentemente en el tercio posterior que es donde la piel es más dura y resistente, justo por detrás de donde –cosa curiosa– les colocan a los toros la divisa. Hace muchos años que se dejó de picar ahí y, sistemáticamente, se les castiga en la cruz u hoyo de las agujas, e incluso mucho más atrás, en zonas que pueden afectar al aparato locomotor del animal.

Y lo más lamentable es oír a profesionales, tanto picadores como subalternos y matadores, comentar y asegurar que el sitio “fetén” de picar es la cruz. Incluso a especialistas taurinos de la comunicación, que ejercen mucha influencia sobre los aficionados y público en general, hacer alabanzas, en no pocas ocasiones, calificando de “magnífico puyazo” un “marranazo” colocado dos cuartas por detrás del morrillo del cornúpeta.

Dos “extraordinarios” puyazos, como diría algún comentarista taurino, uno dos cuartas por detrás del morrillo y el otro en el mismísimo hoyo de las agujas.

 

Teniendo en cuenta que las faenas de muleta de hoy día son mucho más exigentes que las de antaño, la probabilidad de que un toro, “masacrado” en un mono o bi puyazo, aguante cuatro o cinco series de cinco o seis pases de muleta seguidos, en redondo, largos y lentos, es muy escasa. Y si, a pesar del castigo recibido en dos severos puyazos y tres pares de banderillas, se mantiene boyante, con todo su fondo de bravura, pujanza y fuerza, y aguanta 30 exigentes pases de muleta, es porque ese toro de hoy día está muy seleccionado, bien comido y mejor entrenado.

Concluyendo, hay que convenir que: la suerte de varas ha perdido su originario sentido; ha dejado de tener la importancia que tenía antaño; cada día se tienen menos conocimientos sobre para qué sirve y cómo se debe ejecutar y; la mayoría del público la ve como un mero trámite totalmente prescindible.

En consecuencia, la suerte de varas es cada vez es menos necesaria, menos entendida y menos apreciada, pero si desapareciera, los profesionales se opondrían frontalmente y los aficionados puristas se lamentarían… y no pasaría nada más.

Trescientos años de suerte de varas: A principios del siglo XVIII; a mediados del siglo XIX; a inicios del siglo XX; y en los primeros años del siglo XXI.

 

FIN DEL TRABAJO

Cabanillas del Campo a 11 de junio de 2023

Cayetano Melguizo Gómez.









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