HISTORIA DE LA SUERTE DE VARAS
(CONTINUACIÓN)
(3ª PARTE Y
ÚLTIMA)
LA ALTERNATIVA DE LOS PICADORES. –
Con la misma antigüedad que tiene la concesión de la alternativa para que un “media espada” pasase a la categoría de “primer espada”, o lo que es equivalente, y más moderno, que un novillero alcance el grado de matador de toros, también los varilargueros, protagonistas del primer tercio, se concedían la alternativa cediéndose la vara de picar o garrocha, para qué, el que sólo la había empleado con novillos, pudiese hacerlo en una corrida de toros.
Esta ceremonia
que era muy breve y sencilla, consistía en que el aspirante salía al ruedo
acompañado de su “padrino”, que le hacía una simbólica entrega de la vara de
picar y le concedía el privilegio de ser quien diera el puyazo a la salida de
chiqueros a los seis toros de la corrida. La alternativa le otorgaba la
antigüedad en la profesión, y se llevaba tan a gala y con tanto respeto, que
fue famoso el hecho de que, en el año 1901, en Las Arenas de Barcelona, se
negaron a actuar los picadores cordobeses Ricardo Moreno Mondéjar “Onofre”,
conocido también como “Mediaoreja”, y Manuel de la Haba Bejarano “Zurito”,
porque no querían alternar con el varilarguero de otra cuadrilla, llamado
Emilio Salas, que no había recibido la alternativa. “Zurito” dijo en aquella
ocasión: “No voy a vení yo dende Córdoba pa arternah con el primeh gachó que
se suba a un caballo”. Y es que entonces se tenía muy en cuenta que la
alternativa era el aval de tener conocimientos, valor y habilidades suficientes
para actuar en la superior categoría.
Manuel de la
Haba “Zurito es sendas actuaciones de 1907 y 1908 en la Plaza de Madrid de la carretera
de Aragón.
El último varilarguero que tomó la
alternativa con esa sencilla pero formal ceremonia, fue Tomás Castillo “Relampaguito”
en la antigua plaza de toros de Madrid, el día 31 de mayo de 1914, y se la
concedió Manuel Gil “Cachiporra”, siendo el primer toro, de los seis que tuvo
que picar, el llamado “Matacajas” de Esteban Hernández.
Después de, casi, 110 años sin tener alternativas de varilarguero, parece imposible rescatar esa vieja costumbre, máxime cuando el vigente Reglamento Taurino Nacional establece, en el artículo 8º, punto 3 apartado b), que: “La categoría de picador de toros faculta para intervenir en cualquier espectáculo con picadores. Podrán inscribirse en esta categoría los profesionales que hayan intervenido en al menos treinta novilladas con picadores”. Lo que da opción a que la categoría se adquiera sin necesidad de alternativa.
Sin embargo,
no estaría de más que, aunque fuera simbólicamente, se realizase una sencilla
ceremonia, respetuosa, de entrega de la vara al neófito por parte del piquero
más veterano, lo que le daría caché y consideración a quienes tienen el derecho
de vestirse de oro.
LA SUERTE
DE VARAS DE CARA AL FUTURO. –
El primer
tercio, cuando se ejecutaba en toda su pureza, era una suerte emocionante en sí
misma y tremendamente útil en el conjunto de la lidia, tanto porque con ella se
medía la bravura del toro, como porque servía para ahormar la embestida de la
res de cara a los dos tercios siguientes.
Pero la
suerte de varas ha adquirido y consolidado dos grandes defectos, que la han hecho
degenerar: El “mono puyazo”; y la horrorosa colocación de la puya.
Cuando los
caballos no llevaban peto, el varilarguero tiraba el palo hacia el morrillo del
toro, tratando de sujetar su embestida y desviando su trayectoria para darle
salida antes de que llegara al caballo. Los toros entraban a jurisdicción del
picador entre cuatro y seis veces –había toros que llegaban a tomar 10 o 12
varas–, en las que sólo en una o, a lo sumo, en dos podía el picador recargar la
suerte, el resto eran picotazos que apenas rompían la piel del animal. Por eso,
a pesar de que, aparentemente, el castigo era duro, los toros llegaban ahormados
de cabeza, pero con bríos suficientes para dar buen juego tanto en el segundo
tercio –en el que, la mayoría de los espadas y los buenos subalternos, se
lucían banderilleando–, como en el último tercio, que entonces consistía en el
necesario y breve trasteo de muleta, preparatorio del encuentro final con la
espada.
Hoy día, el
toro entra a un caballo protegido por una “muralla” infranqueable que añade
muchos kilos a los del propio jamelgo, y el picador no tiene que maniobrar para
proteger al jaco, de forma que la “vara de detener” se ha convertido en la
“vara de masacrar”, con la que no solo rompe la piel y hace sangrar al toro,
sino que recarga a placer contra su anatomía, “percutiendo” hasta ahondar dos y
tres veces la longitud de punta a cruceta, o sea unos 20 cm.
Un toro arrancándose con “alegría” al caballo
(posiblemente en una plaza francesa, en corrida concurso); y el “bochornoso”
espectáculo de una vara enhebrada en los lomos de un toro.
Es evidente
que, en esas condiciones, los toros que se están corriendo en plazas de segunda
y de tercera categoría, no aguantan más de un puyazo –el famoso “mono puyazo”–,
y en las de primera, que obligatoriamente tienen que entrar dos veces –o sea el
“bi puyazo”–, la mayoría de los toros quedan muy mermados de fuerzas y, no
pocos, terminan rodando por los suelos.
A esto hay
que añadir, que se ha perdido el “norte” de cuál es la zona anatómica del toro
en la que hay que picar. El objetivo de la suerte de varas es conseguir ahormar
la cabeza del toro, y para lograrlo hay que castigarlo en la zona de los
grandes ligamentos cervicales, o sea en la “pelota” o morrillo, preferentemente
en el tercio posterior que es donde la piel es más dura y resistente, justo por
detrás de donde –cosa curiosa– les colocan a los toros la divisa. Hace muchos
años que se dejó de picar ahí y, sistemáticamente, se les castiga en la cruz u
hoyo de las agujas, e incluso mucho más atrás, en zonas que pueden afectar al
aparato locomotor del animal.
Y lo más
lamentable es oír a profesionales, tanto picadores como subalternos y
matadores, comentar y asegurar que el sitio “fetén” de picar es la cruz.
Incluso a especialistas taurinos de la comunicación, que ejercen mucha influencia
sobre los aficionados y público en general, hacer alabanzas, en no pocas
ocasiones, calificando de “magnífico puyazo” un “marranazo” colocado dos
cuartas por detrás del morrillo del cornúpeta.
Dos “extraordinarios” puyazos, como diría algún
comentarista taurino, uno dos cuartas por detrás del morrillo y el otro en el
mismísimo hoyo de las agujas.
Teniendo en
cuenta que las faenas de muleta de hoy día son mucho más exigentes que las de
antaño, la probabilidad de que un toro, “masacrado” en un mono o bi puyazo,
aguante cuatro o cinco series de cinco o seis pases de muleta seguidos, en
redondo, largos y lentos, es muy escasa. Y si, a pesar del castigo recibido en dos
severos puyazos y tres pares de banderillas, se mantiene boyante, con todo su
fondo de bravura, pujanza y fuerza, y aguanta 30 exigentes pases de muleta, es
porque ese toro de hoy día está muy seleccionado, bien comido y mejor
entrenado.
Concluyendo,
hay que convenir que: la suerte de varas ha perdido su originario sentido; ha
dejado de tener la importancia que tenía antaño; cada día se tienen menos
conocimientos sobre para qué sirve y cómo se debe ejecutar y; la mayoría del
público la ve como un mero trámite totalmente prescindible.
En
consecuencia, la suerte de varas es cada vez es menos necesaria, menos
entendida y menos apreciada, pero si desapareciera, los profesionales se
opondrían frontalmente y los aficionados puristas se lamentarían… y no pasaría
nada más.
Trescientos años de suerte de varas: A principios del
siglo XVIII; a mediados del siglo XIX; a inicios del siglo XX; y en los
primeros años del siglo XXI.
FIN DEL TRABAJO
Cabanillas del Campo a 11 de junio de 2023
Cayetano Melguizo Gómez.
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